Es posible que ya hayas recorrido muchos caminos.

Seguiste enseñanzas espirituales, métodos de autoconocimiento.
Te analizaste, te interpretaste…
y ahora te estás preguntando si todo eso todavía tiene sentido.
Porque ya no podés y tampoco querés seguir a nadie más.

Muchas veces sentís que no te comprenden.

Que casi no se te ve… y eso te hace sentir sola.
Aun así, hay algo que seguís buscando.
Si también sentís a veces con claridad, a veces de forma difusa que hay algo valioso dentro tuyo que merece más atención y más espacio, entonces llegaste a un buen lugar.

¿Qué vas a encontrar en esta página?

La Presencia Relacionada no es una técnica.
No es un camino espiritual.
No es un método de sanación.
No es una enseñanza.
Y no busca desarrollarte, arreglarte ni transformarte.

La Presencia Relacionada es un estado de conciencia que crea un espacio abierto, atento y amplio. Es una capacidad que podés afinar dentro de vos. No va a poner nada en vos que no esté ya ahí. Pero sí puede ayudarte a estar presente desde tu verdadera naturaleza con atención y con una apertura real hacia la vida.

¿Y qué hacés con eso?
Eso depende solo de vos.
La Presencia Relacionada te abre una posibilidad pero te deja en libertad.

 

¿Qué puede suceder cuando experimentás la Presencia Relacionada?

La Presencia Relacionada no promete resultados concretos.
Pero cuando la vivís, se abre la posibilidad de experiencias como estas:

  • una comprensión más profunda de vos misma y de los demás

  • estar presente en situaciones difíciles con menos carga emocional

  • moverte del eje problema/solución hacia la vivencia y el soltar

  • conectar con una nueva fuente creativa

  • relacionarte de otro modo con tu pasado y con quien fuiste

  • volverte visible sin tener que luchar por ello

  • sentirte conectada en vez de aislada o sola

Pero todo esto no son metas que hay que alcanzar,
sino frutos posibles de la Presencia Relacionada.

¿Cómo podés afinar la Presencia Relacionada en vos?

Te muestro puertas que se abren con algo de práctica. Los pasajes son ejercicios simples, donde la respiración y la atención enfocada te ayudan a que la Presencia Relacionada aparezca por sí sola.

Al principio es recomendable que practiqués sola. Con el tiempo vas a empezar a sentir cómo entrar en esta presencia también en situaciones cotidianas.

Mi historia

Hay historias que podrían hablar de quiebres…
y sin embargo, en vez de traumas, se volvieron posibilidades.

Lo que sigue no es una fábula.
No es una parábola.
Tampoco un “evento” espectacular.
Son huellas de momentos donde se encendió la Presencia Relacionada
y algo dentro mío empezó a moverse.

Soy Edina Góra, la autora de esta página.

 

Puntos de quiebre que se volvieron posibilidad

Cerrado
Un retiro temprano en la infancia

Cuando era una niña de 3 o 4 años, pasaba mucho tiempo acurrucada en un gran sillón, sumergida en mi pequeño mundo interior, cálido y silencioso. Jugaba con imágenes que cobraban vida dentro de mí. Junto a los personajes de esos paisajes internos, desaparecía la soledad. Siempre había alguien que se conectaba conmigo, que me comprendía incluso sin palabras.

Al principio era solo un juego. Tal vez también una forma de escapar del mundo de mis padres, lleno de tensiones y preocupaciones.

Un día, ya siendo preescolar, me hospitalizaron. Mis padres no pudieron visitarme durante una semana entera no por su culpa, sino porque habían suspendido las visitas por una epidemia de gripe.

Me quedé allí, atrapada en una habitación de olor extraño, fría, incierta. Estaba sola, enferma, y me sentía muy, muy pequeña.

Y cuando la niña de la cama de al lado fue dada de alta, la soledad se hizo aún más grande.

Entonces volví a mis imágenes internas. Pero ya no era un juego.
Se convirtieron en un pequeño refugio de seguridad, una forma de sostenerme emocionalmente cuando ya no tenía a qué aferrarme.

Excursión en una cueva: sobre el abismo

De adolescente, fui en secreto a mi primera excursión real a una cueva. Un compañero de clase organizó un pequeño grupo. Íbamos con un guía un poco más experimentado, pero la cueva de dificultad media resultó ser un desafío para el que no estaba preparada.

Dentro de la cueva aún me las arreglaba más o menos. Con un casco de plástico en la cabeza, avanzaba entre paredes oscuras y pasajes estrechos y húmedos, cada vez más adentro, cada vez más cubierta de barro. Y a medida que los demás seguían, yo también seguía atravesando mis propias emociones: el vértigo, la sensación de encierro, la incertidumbre.

En cierto punto del recorrido, el camino nos llevó a una pared vertical, justo antes de una grieta profunda. Nuestro guía subió primero y ayudó a subir a uno de mis compañeros. Como el paso era tan estrecho que solo cabía una persona, ese compañero tuvo que ayudar al siguiente.

Yo quedé la última.

Como vi que hacían los demás, busqué apoyos en la pared. Cuando sentí que tenía una base estable, estiré la mano hacia mi compañero de clase.

En ese momento, los dos pies se me resbalaron a la vez sobre la roca húmeda. Quedé colgando sobre el abismo, sostenida únicamente por la mano de mi compañero que también tenía solo 16 años.

En vez de entrar en pánico, me invadió una profunda calma.
El tiempo se detuvo.

Al mirar hacia arriba, vi el rostro de mi compañero: blanco del miedo.
Y yo, sin embargo, sentía una paz y una seguridad absolutas.
Como si descansara en la palma de Dios aunque nunca fui religiosa.

Era una con todo lo que me rodeaba.
Era una con ese instante.

En medio de esa paz, encontré los puntos de apoyo en la pared.
Y gracias a eso, mi compañero logró subirme.

Hasta el día de hoy, le estoy profundamente agradecida.
Por su presencia. Porque en ese momento… no me soltó.

La experiencia clave: el accidente de coche

Tenía 20 años cuando viví la experiencia que más me marcó. Fue el mismo día del entierro de mi padre.  Era tarde por la noche, yo conducía. Y de pronto supe. Supe que el único coche que venía detrás y que hacía un segundo todavía tomaba la curva iba a estrellarse contra nosotros sin frenar.
El conductor se había quedado dormido.
Y también supe que si no hacía algo en ese instante, nos golpearía de frente y moriríamos todos. Íbamos mi pareja, su perrita… y yo.

Pero en lugar de pánico, lo que llegó fue la vivencia más hermosa y poderosa de toda mi vida.

Salí fuera de mi cuerpo.
Percibía el espacio y el momento como una esfera.
Y actué.

Giré el volante. Sabía que el borde del camino iba a levantar el coche y que debía contrarrestarlo. Sabía que había un poste de luz —y que no quería estrellarme contra él. Todo sucedía en una presencia serena, hermosa. El tiempo se ralentizó.

Miré con asombro los fragmentos de vidrio que estallaban hacia dentro, iluminados por los faros. Escuché el crujido del metal, sentí cómo el coche giraba sobre sí mismo… y yo corregía con los pedales y el volante todo lo que aún podía.
No había dolor.
No había miedo.
Solo paz, atención y presencia.

Cuando los dos coches se detuvieron, permanecí unos segundos más en ese estado de conciencia amplio, tranquilo, conectado con todo.
Hasta que miré hacia el lado.

Mi pareja tenía los ojos abiertos.
Sangraba un poco en la sien.
Pensé que había muerto.

Esa “comprensión” fue la que devolvió a escena a mi yo pequeño que entró en shock al instante. Grité, incluso cuando ya había reaccionado y me habló.

A partir de ahí, todo siguió “como se supone que debe ser”.
Los bomberos nos sacaron del coche, que había quedado hecho trizas.
Y para sorpresa de todos, yo salí sin un solo rasguño.
Mi pareja tenía dos costillas fisuradas, pero nada más grave.
Y nuestra perrita también sobrevivió, con solo una herida leve.

Y sí. Tal como decía el informe de la policía, el otro conductor… efectivamente se había quedado dormido.

Desde ahí empezó todo

Mirando hacia atrás, desde ese momento supe que somos mucho más que una personalidad viviendo en un cuerpo. Y que nuestra existencia es mucho más amplia y profunda de lo que solemos imaginar. Quería entender qué había sido todo eso. Y más que nada, deseaba volver a aquella presencia clara y pacífica que viví en ese instante.

Esa búsqueda de regreso fue lo que marcó mi camino.
El chikung, los caminos terapéuticos y de autoconocimiento, el mundo del sonido y cada uno de los desvíos que tomé fueron, a la vez, innecesarios… y completamente imprescindibles para llegar a reconocer en mí la Presencia Relacionada.

Una presencia que no necesita técnicas, pero que sí se revela a través de puertas que se abren.

¿Por qué nació esta página?

Esta página no tiene un propósito en el sentido tradicional. No enseña. No cura. No busca desarrollarte. Solo te muestra puertas que podrían abrirse si tú así lo eliges. No necesitas convertirte en una mejor versión de ti. Basta con que estés presente. No hace falta que entiendas más de lo que ya sabes.

Pero hay algo importante que sí me gustaría señalarte:
no quiero que creas lo que encuentres aquí.

Más bien, vale la pena que prestes atención a lo que sientes, a las impresiones que surgen en ti… incluso ahora, mientras estás leyendo estas palabras. Una puerta hacia la Presencia Relacionada.